Algarroba

 

El Algarrobo, Ceratonia siliqua, es un árbol milenario venerado por las antiguas civilizaciones indoeuropeas, y del que su origen parece situarse en Líbano e Israel.

Ya en la época de los faraones, los antiguos egipcios alimentaban a sus animales con sus frutos, y se perfumaban con la esencia que desprenden sus semillas.

Este versátil árbol de hoja perenne pertenece a la familia de las legumbres, y ha florecido en los climas áridos del sur del Mediterráneo durante siglos, siendo España y Sicilia dos de los lugares donde tiene más arraigo. En la costa levantina española se le conoce como garrofera.

Su fruto, la Algarroba, que es lo que nos ocupa, es una vaina cargada de semillas, similar a las judías verdes, pero de color marrón chocolate.

Estas vainas supusieron una importante fuente alimenticia para los pueblos mediterráneos en época de penurias.

Por otra parte, parece ser que antaño la algarroba fue una unidad de medida, situando los historiadores su origen a mediados del siglo XV, cuando sus semillas se utilizaban como referencia para medir el peso de mercaderías valiosas, ya que se pensaba que estas semillas ofrecían una variación de masa inusualmente baja, aunque investigaciones posteriores han desmentido en gran medida ese mito.

Los comerciantes de la época colocaban el artículo a pesar en un plato de la balanza, mientras que en el otro plato iban añadiendo semillas de algarroba hasta equilibrar el peso.

Una parte del nombre científico del algarrobo, Ceratonia siliqua, proviene del griego, ya que silicua es la traducción al latín de Keration, una unidad de peso del sistema griego, que se introdujo en Roma en la época del Imperio, y del que deriva la palabra árabe actual "quilate".

En lo que a alimentación se refiere, en la década de los 50, la algarroba se consideraba principalmente un alimento para el ganado, especialmente para caballos y burros, debido a sus extraordinarias propiedades energéticas, ya que permitía a los animales recuperar rápidamente las fuerzas después del trabajo.

En los años 90/2000, este fruto comenzó a obtener reconocimiento en la cocina, ya que su harina, rica en fibra y sin gluten, es una valiosa alternativa a las harinas tradicionales.

El sabor de la Algarroba es un equilibrio armonioso entre dulzura y notas terrosas. Su pulpa suave revela sutiles toques de chocolate, regaliz y miel, ofreciendo un sabor rico e inesperado.

Este sabor distintivo hace que la algarroba sea un ingrediente versátil tanto en platos dulces como salados, añadiendo profundidad y complejidad a cada receta.

Entre sus aplicaciones más comunes están la elaboración de pasteles, galletas y panes, así como la producción de sirope para endulzar bebidas, macedonias y batidos.

Sus propiedades gelificantes la hacen útil para aportar textura en salsas y helados, y sus semillas pueden utilizarse para elaborar café y alcohol.